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Ralph











Digamos que nosotros le llamamos Ralph. Aunque si tuviese la oportunidad de comunicarse en nuestro idioma rechazaría una nomenclatura tan estéril y caduca. Ralph es un gato negro de pelaje aterciopelado y ojos cortantes como el vidrio. Nadie sabe cuándo nació, y lo más probable es que no naciese nunca. Ralph existe en un continuo lejos de las preocupaciones de los mortales. De su grácil andar se desprenden algunos vestigios de épocas lejanas, de cuando consiguió engañar a Anubis y eludir así un final tan indigno como habría sido acabar enterrado junto a sus coetáneos en la necrópolis de Bubastis. De sus actuales ocupaciones, tan triviales, una de sus preferidas es pelarse con un pequeño móvil-juguete de esparto que, girando sobre su eje central, le devuelve los golpes que el felino le propina. Una de sus muchas cualidades consiste en la capacidad de subyugar al continuo del espacio-tiempo. Muchas tardes, en nuestro piso, que es bastante pequeño, decide desaparecer durante horas, probablemente dedicándose a gestionar asuntos relacionados con cuestiones que escapan a nuestro entendimiento. Suele volver cuando cae la noche. Creo que lo hace para fundir su pelaje con la oscuridad y así pasar desapercibido, de forma que no se sienta demasiado observado y no se haga latente la constante humillación que debe tener que soportar al verse obligado a convivir con tres humanos, tan imperfectos. A pesar de que no hablamos el mismo idioma, siempre encuentra la manera de comunicarme su constante desaprobación. La compasión no es una de las virtudes de nuestro gato. Se suele mostrar bastante irritado cuando me veo atacado por mis usuales arrebatos de desamor y me quedo hecho un ovillo en la cama, deseando desaparecer. Normalmente me castiga racionando a lo largo de la alfombra pequeñas virutas de su mierda que quedan escondidas entre los flecos, y que después sólo consigo encontrar cuando voy descalzo y me hago daño con alguna ya endurecida y reseca. Otras veces, cuando estoy escuchando un solo de guitarra genuinamente potente –algo tipo Karate-, la energía se acumula dentro de mí como un seísmo y no consigo evitar que mi cuerpo se vea atacado por espasmos eléctricos y la necesidad de revolcarme por el suelo para intentar agitar el universo - una empresa ridícula a la que Ralph procura poner fin saltándome encima para arañarme. A veces, ingenuo de mí, he cultivado la fantasía de que conseguimos hacernos amigos. En contadas ocasiones me ha permitido acariciar su pelambrera de azufre, aunque siempre sé que, en el fondo, Ralph, que es un individuo altamente elevado, no deja escapar cualquier ocasión que se le presente para obtener algún tipo de beneficio material a cambio de su escasa atención: un conveniente masaje en la tripa, un cuenco de leche entera o que encienda la calefacción en los días más jodidos del invierno. Me planteo la posibilidad de que el minino siempre tenga razón. No puedo negar que en más de una ocasión sus inoportunos aleccionamientos me han sacado de más de un apuro. Debería agradecerle tantos despertares a los que me ha empujado, arrancándome del sueño a base de mordiscos durante aquellas mañanas que resultaban demasiado afiladas como para salir de debajo del edredón. Quizá todo esto sólo lo haga por mi bien. Bueno, en realidad acabo de decir una idiotez. Él está claramente por encima de una dicotomía tan absurda como es la del bien vs. mal.
Hoy tengo más ansiedad que de costumbre, entiendo que me estoy haciendo mayor. Me pregunto qué será de Ralph en un futuro, aunque evidentemente hacerme esta pregunta es bastante inútil, el gato continuará gestionando, impasible, su inagotable existencia cuando yo, tan humano, ya haya muerto hará mucho, mucho tiempo.
PD: La imagen superior es una foto que acabo de conseguir hacerle a Ralph. Me sorprende que me haya costado tan poco sacársela. Creo que sabe perfectamente que estaba escribiendo sobre él y, cómo no, la idea le ha gustado.

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