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Cómo mola viajar




Volar me acojona. Cuando era más pequeño coger un avión era algo en lo que ni reparaba, y con el tiempo se ha ido convirtiendo en una situación que me genera bastante estrés, a la que me anticipo pre-ocupándome durante unos cuantos días antes de la fecha señalada. Algo muy parecido a lo que me pasa cuando me tienen que sacar sangre. 
Hace poco me comentaron una teoría de corte freudiano que parecía bastante lógica. Aseguraba que, a veces, los niños imitan y acojen los miedos más profundos de sus figuras paternales para empatizar con ellas.
A mi madre le aterroriza volar -ahí lo dejo-. 
(Hola mamá, muchas gracias)
Vale, dicho esto y utilizándolo como premisa inicial quiero comentar y discutir algunos tópicos, desmentir mitos o sugerir propuestas de filosofía barata para cuestionar o hacer más llevadero el trámite que suponen aviones y aeropuertos. Supongamos que nos enfrentamos al proceso que implicaría coger un avión para ir a hacer turismo a un país exótico y original como, nose, Finlandia:
La primera prueba que nos pondrá el destino en los aeropuertos será la cola de facturación. En la que, por su puesto, siempre vas a tener como mínimo una familia numerosa delante que no se encargará de la labor de recolectar los pasaportes de la troupe hasta que hayan llegado al mismísimo mostrador. Si esta situación te parece molesta y tienes un máster en ingeniería o programación, quizá tengas la valentía y los conocimientos suficientes como para intentar desfcifrar las máquinas de check-in online. Suerte con eso.
Una vez superado este primer trámite, llega el momento de pasar por la cola del dectector de metales. Esta situación es especialmente interesante. Me hace gracia lo criminal que te puedes llegar a sentir antes de cruzar por el arco, bajo la atenta mirada de las Fuerzas Del Orden. El momento de tensión que vives previo al cruce se convierte en la analogía perfecta del purgatorio a nivel terrenal: momento en que actúas como juez imparcial sobre todos tus pecados –vale aquella vez robé chocolate en el súper sólo por placer, pero joder, que no llevo coca en la maleta!- y acto seguido te autoconvences de que eres esencialmente inocente y digno de pasar la prueba.
Si realmente has sido buena persona a lo largo de tu vida, se te concederá el privilegio de esperar durante una variable relativa de tiempo –en la que el destino, esa puta, de nuevo, decide por las compañías aéreas- en las cómodas sillas adyacentes a tu mostrador de facturación (sí es que ya sabes cuál es). Quizá se te ocurra la genial idea de sacar tu portátil o tablet molón para ver si pillas la red wi-fi. Esto es una genial idea porque todo el mundo sabe que nunca es gratis, pero aún así tú que eres un tipo fundamentalmente optimista, vas a intentarlo de todas maneras.
El rato de espera es también un proceso jodido para los conspiranoicos –entre los cuales me incluyo- en el que intentarán deducir qué gente va a ir en su mismo vuelo y analizar sagazmente si tienen pinta de querer hacer volar el avión por los aires (redundante). Algunos consejos para este tipo de gente:
1. Sospechar del tío que lleva el turbante sería demasiado cliché, demasiado obvio.
2. La gente de traje está demasiado ocupada haciendo cosas de gente de traje.
3. Sospecha de la gente normal. La puta gente normal, entre ellos se camufla la mitad de los criminales que volarán contigo.
Pongamos que nos montamos en el Boeing, ya estamos sentados con el cinturón abrochado desde el minuto cero y queda poco para el despegue. Creo que este es uno de los momentos de mayor tensión que el ingrávido pasajero puede llegar a experimentar. Suerte que las compañías aéreas se esmeran en recordarte con una didáctica performance que quizá te quedes sin oxígeno o te veas obligado a aterrizar (estrellarte¿?) en alta mar. Gracias, ahora me siento más seguro. Aunque lo que me hace sentir seguro de verdad –atención, esto va a ser muy feo, no va a gustar- es que haya bebés a bordo. Cuando un bebé viaja conmigo en el avión me da la sensación de que es imposible que algo salga mal. A ver, Karma, quizá yo he sido un cabronazo a lo largo de mi vida, pero ese bebé? En serio?? Es demasiado joven… El único crimen que puede estar a punto de cometer es tocarme los cojones llorando durante todo el santo viaje…
Enfín, que gracias a la alta presencia de bebés en vuelo sobrevivimos al despegue. Me pondría a hablar del tópico sobre lo mala que es la comida de en los aviones, pero esque ya no es ni gratis, para qué molestarse.  Sin embargo, un tema que me interesa más es el famoso Mile High Club o Club de las Alturas. Enserio alguien ha ido más allá de las fantasías adolescententes en las que se ven involucradas las azafatas y se desestima sus uniformes?? Si realmente conocéis a alguien que ha cometido la épica de follar en un baño de 1x1, por favor, contádmelo todo.
Continuamos a mitad de trayecto, clavados en nuestras butacas y pensando que, llegados a este punto, podemos dar gracias porque seguimos vivos. Pero… ah, no, espera, TURBULENCIAS. Putas turbulencias que te convierten al catolicismo en cuestión de segundos. Turbulencias que te harán replantearte tu existencia entera, pero que no borrarán ni por un instante la sonrisa forzada de maniquí del rostro de las azafatas –es mucho pedir que seáis humanas, por favor???-. Turbulencias que has de afrontar sin que a ti tampoco se te note mucho que estás a punto de desmayarte. TURBULENCIAS.
Si logramos superar el banco de aire y se estabiliza el avión (aunque tú no con él), al cabo de unos minutos, tendremos el placer de oír la voz más angelical y preciosa que hayamos escuchado en la vida. No es Dios, es sólo la voz del capitán de la tripulación, te está anunciando que esto ya se acaba, que sigues vivo y que volverás a estar seguro y a aterrizar de aquí a unos instantes –media hora en realidad-.
Llegamos al destino de turno. Tierra firme. Aterrizas, vives, renaces y triunfas. Sólo te quedan cinco días para volver a enfrentarte a todo el proceso de nuevo, ahora es cuando debes intentar disfrutar haciendo el turista.

Me gustaría llegar a algún tipo de conclusión relevante o moraleja o algo así, sería bonito y casi hasta medio empático, pero voy a a ofrecer algo todavía mejor, la Solución Definitiva a todos los problemas del viajero temeroso:
EM-BO-RRA-CHA-TE.
Emborráchate*.
En serio, las San Miguel van a ser muy caras ahí adentro, está permitido que te sientas culpable al pagarlas, pero te aseguro que van a ser las cervezas más justificadas que te habrás tomado en la vida. A mí, al menos, cuando estoy borracho me importa un poco menos que todo salga mal y acabe comiendo carpaccio de humano al estilo Viven.
*No confundir emborracharse con llegar borracho de empalme de la noche anterior. En tal caso el infierno que estás a punto de experimentar se multiplicará de forma directamente proporcional al número de chupitos de tequila que deberías haber rechazado.

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