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El Bar






Quiero hablar sobre algo que me está haciendo sentir profundamente decepcionado últimamente: los bares españoles. Algo está pasando en los bares de nuestras ciudades, un cambio sutil y casi imperceptible, pero que representa sin duda un desajuste cósmico en el universo de la lógica espanisch.
Primero definir el concepto bar: Un bar es un lugar al que no se va, se baja, es un sitio en el cual hay menús de mediodía a diez euros, abunda la cerveza -preferiblemente servida en quintos y acompañada de una tapita- y los carajillos cargados de orujo. Un establecimiento que se precie debe incluir mínimo una máquina tragaperras y otra de tabaco, y en el único retrete que haya disponible no se debería hacer distinciones de género. En un bar somos todos iguales, allí se respira camaradería, sudor, aspiraciones, resposo, y hasta hace un año, humo. El bar es también el refugio espiritual de las almas en pena, es aquel lugar al que acudir cuando ya no se sabe a dónde acudir.
Y qué es de un bar, qué es de ese templo de la sabiduría cotidiana sin sus chamanes por naturaleza, los camareros de bar. Esos personajes capaces de regentar su tasca sobrándoles tiempo y conocimientos suficientes para opinar sobre los conflictos más propios de la naturaleza humana; ellos saben de fúrbol y romances, de costumbrismo y actualidad, de política y juergas, ellos saben del vivir, de LA VIDA.
Pues bien, algo pasa. Cada vez que me acerco a algún bar esperando encontrar ese porte ibérico tras la barra, esa mirada escéptica, el pelo en pecho, el palillo entre dientes, flipo cuando descubro que no, que ahora ese establecimiento está capitaneado por un equipo de chinos –autenticidad nivel 0-. Chinos de complexión tirando a delgada, callados, observadores, amables eso sí, pero en definitiva poco carismáticos e insulsos. Chinos que desconocen la auténtica receta de la salsa brava, que ignoran la cultura del lo de siempre y del esta me la apuntas. Y es que los asiáticos lo han probado todo. Lo intentaron en el sector badulaque, lo intentaron con las tiendas de pieles, con las de zapatos, con las de ropa barata, pero parece que el modelo de negocio en el que se sienten más cómodos es la hostelería de barrio.
Qué queréis que os diga, a mí se me hace raro. Se me hace raro que el clásico Bar Manolo carajillero y esquinero esté regentado por un hombrecillo de la surprovincia de Jianxi. Sé lo que muchos deben estar pensando, que qué racista de mierda, que qué cerrado de mente, pero considero que hay cosas que no entienden de nacionalidades ni etnias. Hay cosas que son así y punto. Funcionan acorde a una lógica universal, la misma lógica que determina que la cerveza rubia es color dorado, que las olivas o son verdes o negras, y que el pulpito a la gallega debe ser servido por un hombre de unos cincuenta, mínimo con tres botones de la camisa desabrochados.
Lejos de reivindicar la vuelta de los camareros de bar, me resigno y acepto el progreso. Que todo siga adelante, bienvenidos sean los chinos, son gente maja y trabajadora. Simplemente quería suscitar un momento de reflexión. Rendir un pequeño tributo a lo legítimo, al zen de lo rústico, a la autenticidad. Homenajear a aquellos superhéroes de lo cotidiano escondidos tras la barra, y preguntar a dónde habrán ido, qué habrá sido de los auténticos camareros de bar…

4 comentarios:

  1. me encanta! jajaja escribes genial pablito!un besooo

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  2. Bar de pueblo (de menos de 5000 hab), ahi puedes encontrar aún el calor que buscas, la gran capital, y su cosmopolitismo, lo desembrutece todo.

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  3. Di que si! Abuelos con palillo en boca bebiendo su chato de vino, en zgz aun resistimos! :D Clara

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