Intento traducir –de la forma bastante mediocre- este post
que he encontrado en Thought Catalog de Chelsea Fagan, una escritora
neoyorquina que está viviendo en París –tal y como ella misma señala, es menos
pretencioso de lo que parece- y hace poco ha escrito uno de los artículos más
interesantes y sinceros que he leído en mucho tiempo. Me sabría mal atribuírme
ningún tipo de mérito al traducirlo, simplemente me parece tan bueno que no
puedo evitar intentar divulgarlo. Sinceramente, os
recomiendo que si entendéis bien el inglés, os leáis el original.
"No es complicado ver cómo la gran mayoría del lenguaje
cultural de nuestra generación está basado en la ironía, el sarcasmo y un
sentimiento de distanciamiento molón. Verte demasiado implicado en algo –aunque
sean cuestiones consideradas objetivamente importantes- te hace vulnerable. Y cuando
la comunicación es tan rápida y gratuita y las reputaciones se crean y
destruyen con un simple tecleo, la última cosa que querrás parecer es débil. Si
te tomas algo demasiado enserio que, para el resto del mundo es una broma, te
encontrarás pronto arrinconado en el cuadrilátero. Es fácil entender por qué armarse
una impenetrable coraza de indiferencia irónica es una herramienta necesaria en
la lucha contra el volverte irrelevante, o lo que es peor, necesitado.
Y estaría mintiendo si dijese que yo no participo. A menudo
encuentro bastante fácil crearme una especie de personaje y escribir desde una
prespectiva de sarcasmo profundo. Es fácil y las palabras fluyen libres si no
estoy muy personalmente implicada en lo que estoy diciendo, si encuentro algún tipo
de significado relevante éste es oscurecido por como mínimo tres niveles de
“estar metida en el rollo”. Todos lo hacemos. Hace del navegar en la vida, en
muchos sentidos, algo mucho menos doloroso y fácil de aceptar. Nos da un cierto
sentido de comunidad: nosotros “lo entendemos”, mientras que otros no. Y cuando
te enfrentas a una legión de comentarios anónimos que pueden responder de
cualquier manera, contra más cosas sagradas sea posible guardar mejor
–oscurecidas bajo una densa niebla de ironía-.
Nadie quiere ser la persona de la que los demás se rían por
darle demasiada importancia a algo, por tomarse demasiado en serio una
situación que el resto considere absurda. Incluso en las relaciones personales,
sentirse demasiado implicado intensamente, entendiendo simultáneamente que la
otra persona no podría estar más distanciada, es uno de los sentimientos más
profundos de vergüenza que se puede experimentar. Porque no se trata
simplemente del bochorno de cometer un error o una elección pobre, se trata de la
lástima por el tipo de ser humano que eres y cómo percibes el mundo a tu
alrededor. Avergonzarte de tu sinceridad es recordarte a ti mismo que eres
dependiente de algo que no depende de ti – de que eres, de nuevo, vulnerable.
Es quizás por este motivo que a menudo me siento tan
profundamente excluída. Me encuentro a mí misma notando constantemente mis
mejillas enrojecer ante la posibilidad de haber entrado en una conversación en
la cual no era bienvenida, o expresando un sentimiento que no es recíproco, o
dando demasiada importancia a algo que los demás ven irrelevante. Hay un
profundo valor cultural implicado en lo cool de la indiferencia en mi
generación, y éste implica a una persona o rol que dudo siquiera que pueda
intentar fingir. Porque realmente me importa, me importa profundamente y estoy
bastante segura de que no estoy sola.
No veo nada malo en querer
expresar de forma exhuberante tu cariño hacia las personas, en querer decir qué
te gusta o encuentras divertido o quieres emular de otro ser humano. Me
gustaría que los amigos pudiesen hacerse más rápido, sin todo el elaborado
baile social que las relaciones platónicas exigen. Siempre me encuentro a mí misma en el extremo de preguntar a
la gente qué tal está e insistir cuando responden con el inevitable “Bien.”,
“No, en serio, qué tal estás?”. Por que lo quiero saber. Quiero descubrir, y
quiero sentir que las conexiones que establezco no son superficiales. Pocas
cosas me hacen sentir más aislada que la frialdad de las redes sociales, la
inagotable información de la que nos proveemos los unos a los otros y las
etiquetas que evitan que usemos esa información para, en realidad, acercarnos
más. Pretendemos no saber algo que alguien ha posteado abiertamente en su
perfil simplemente porque no nos gustaría parecer que estamos mirando desde
demasiado cerca.
Hay pocas cosas en la vida que
desee más que gustar y ser gustada por la gente – por los motivos adecuados-.
No quiero fingir disfrutar de la compañía de alguien porque son socialmente
relevantes, o que alguien me aplaque porque tenemos suficientes amigos en común
como para que sea algo necesario. Quiero sentir que el amor que nos expresamos
los unos a los otros (en todas las formas, románticamente y demás) está
completamente libre de ironía o pretextos. Las conversaciones en que nos
implicamos no valen la pena a menos que se basen en una afección y curiosidad
genuinas- y aún así sigo sintiendo que la mayoría de nuestras interacciónes se
encuentran mayoritariamente faltas de tales emociones-.
Incluso gente que conozco online,
gente que uno podría insistir en que “en realidad no le conozco” nunca parecen
lo suficientemente cerca. Regularmente me preocupa el botón enviar de un email,
o un mensaje lleno de preguntas que quiero hacerle a gente que conozco desde hace
tiempo y que me gustaría llegar a conocer mejor. Es eternamente frustrante la
de conexiones profundas que podemos llegar a establecer detrás de una pantalla
de ordenador, como para que un muro de distancia geográfica o adecuación social
detenga el entero crecimiento de éstas. Me he enamorado de millones de personas
con tan sólo leer sus blogs personales, sintiendo que podríamos entendernos de
forma mucho más íntima que con mucha gente a la que veo cada día. Y creo que,
para mí, no hay nada malo en esto. Y todavía continúa estando ahí esa ironía,
esa constante necesidad de desvinculación, que me hace sentir la extraña por
experimentar este tipo de cosas.
Cada vez que leo un post o artículo en el que alguien
critica las opiniones o el trabajo de otra persona, no con un enfado sincero,
sino con ligera desacreditación, me siento profundamente triste. El que postea
está claramente anotando tantos en un marcador invisible por lo muy por encima
que está del marco de las emociones contradictorias y lo incisivo que es, todo
esto a expensas de otra persona, cuyo unico crímen es, habitualmente, tomarse
las cosas de forma inconsciente o demasiado en serio. No hay nada malo en el
desacuerdo, está claro, pero la call-out-culture que intenta regodearse en
tachar de ignorante a otra persona por haber sentido algo de forma “demasiado
intensa” me parece la antítesis de la conexión humana. No me importan la ironía
y el sarcasmo en general – creo que pueden tener bastante utilidad- pero parece
que estén sustituyendo tantas otras emociones humanas como para llegar a
convertirse en peligrosas muletas sociales.
No me importa lo que te guste. No me
importa cómo te sientas. Sólo quiero saber que es real, y que proviene de un
lugar de emoción genuína. Existe una frialdad espantosa en intentar comunicarse
con gente de forma efectiva y sentir que en el fondo no intercambias verdaderos
pensamientos. Sí, quero sentirme cercana. Sí, quiero que la gente se guste a
nivel fundamental. Sí, quiero que acabemos con el rollo de parecer cool o desinteresados.
Y no, probablemente no pase de la noche a la mañana. Pero si os escribo de la
nada algún día y os digo que me encanta vuestro blog y que me apetecería mucho
invitaros a un café algún día y hablar de la vida, no digáis que no os avisé."
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